El opio de los profesores

TheWall_161PyxurzContamos con la universidades más caras del mundo, y no son precisamente las mejores. Nuestros colegios son de los más segregados del planeta. Tenemos a profesores que enseñan a leer sin entender lo que leen, y a montones de familias endeudadas por décadas para pagarle al elegido una carrera mediocre. Todo esto se ha afirmado con estudios en mano. Da lo mismo, a estas alturas,  quién sea el responsable del problema. Que la educación de Pinochet o los créditos de la Concertación, el asunto es que así como el sistema binominal ya casi no tiene defensores, hay bastante coincidencia  en que el sistema educacional está haciendo aguas por todos lados”. El texto pertenece a Patricio Fernández, fundador del semanario The Clinic, y es una de las tantas remembranzas que dan vida a su libro “La calle me distrajo”. Comparto plenamente la percepción y juicio del autor sobre la educación chilena, incluso agregaría algo más: el daño provocado es tan grande que ha embotado la inteligencia de muchos, realidad que pude ver patente en un reciente Congreso de educación, celebrado en Arica. El modelo educacional chileno ha venido a convertirse en la perfecta ideología de una comunidad tribal que danza  al ritmo de la farándula, mientras consolida, en todos los campos del tejido social, el más sanguinario de los desarrollos.

Profesores oveja: rebaño temeroso y obediente

Como expositor en el Congreso, hice notar a los más de 500 profesores asistentes las debilidades de nuestro actual modelo educacional. Todos escucharon con especial atención cada uno de mis argumentos y propuestas. Los aplausos y comentarios finales dieron cuenta de un público hastiado de un sistema escolar, que día a día les está arrebatando la pasión por enseñar y el sentido que ello tiene. Pero la situación es aún peor de lo que hasta ese minuto pensaba. Los profesores han llegado a la convicción de que ya nada pueden hacer, y entonces te preguntan qué hacer, al extremo de pedirte recetas. Su ceguera es tan honda, que no logran visualizar vías de cambio, y ruegan por las fórmulas. El recetario es lo suyo. Penoso para una élite supuestamente pensante, que tiene en sus manos –como dice Fernández–, el encargo de enseñar a leer, y no sólo el alfabeto, sino la realidad.

Profesores oveja: un rebaño temeroso y obediente, con el espíritu doblegado a seguir padeciendo un destino trágico, hasta el final de los siglos. Es justo lo que el modelo necesita para continuar perpetuando la escolarización por sobre la educación, el control en lugar del compromiso, y la rutina por encima de la pasión. Terminado el Congreso, recordé la crítica de Marx a la religión, y comprendí que nuestro actual modelo educacional, además de todo lo que describía Fernández, ha llegado a ser el opio de los profesores: la droga perfecta, que a punta de bonos y amenazas, les mantiene insatisfechos pero quietos, rezando en la esperanza de que el cielo pedagógico sea para ellos.

Comando-control. La decisión es nuestra

Es decisión nuestra si queremos continuar por la vía del “comando-control”, es decir, poniendo el acento en las metas, los resultados, burocracia y tecnicismos. Decisión nuestra, también, si deseamos seguir adelante con la presión ejercida sobre profesores y alumnos, para estar en los primeros lugares de todos los rankings: los mejores 10, 50 ó 100. Y digo opción, porque el nuestro, entendámoslo, no es “el” modelo revelado por Dios, sino justamente eso: “un” modelo. Existen otros en el mundo, incluso más pertinentes para el futuro que enfrentarán las nuevas generaciones de estudiantes. Modelos centrados en los procesos y no en las metas, con el acento puesto en la responsabilidad y autonomía de profesores y alumnos, respetando tiempos y espacios de aprendizaje. Es lo que ocurre en Finlandia y Singapur, por citar tan sólo un par de conocidos ejemplos. ¿Puede alguien decir que están equivocados? ¿De dónde, entonces, y por qué nuestra tozudez e insistencia en el comando-control? ¿Hasta cuándo seguiremos aspirando a ser pastores de un rebaño torpe y, por lo mismo, servil? ¿En qué momento despertaremos, para hacernos cargo de ese 44% de compatriotas que padece analfabetismo funcional, es decir, que no entiende textos básicos, como lo son, por ejemplo, manuales de aparatos electrónicos?

El opio de los profesores

Me pregunto si no hay algo, o mucho, de interés en sostener a la población docente en este opio. Si la población despierta de su letargo intelectual, entonces es probable que aprendan a leer los contratos que firman, es probable que comiencen a actuar como verdaderos ciudadanos, y entonces ¿qué pasaría con el libre mercado, las AFP, Isapres, y los mismos colegios? Usted concluya, y entienda porqué a más de alguien conviene un modelo educativo que propicia la competencia y los buenos resultados, sin importar cómo se alcancen. Así las cosas, la educación reproduce el mismo mecanismo que opera en la economía neoliberal: libre competencia para alcanzar el máximo desarrollo, y desde allí chorrea para todos. Historia conocida. Maquiavélico, pero cierto.

Al igual que los profesores ariqueños, la mayoría se pregunta ¿qué podemos hacer, cuando “el sistema” nos obliga a preocuparnos por los resultados? Es verdad, pero nadie nos obliga a seguir confundiendo calidad, formación integral, humana, personal, espiritual, y todo eso que dicen muchos proyectos educativos, con puntajes nacionales, o el primer lugar en un Simce. La importancia que tienen las cosas, la asignamos nosotros. Sabemos muy bien que la palabra genera realidad. Deje de fumar opio, y comprenda que nadie nos obliga a continuar en la loca carrera de alcanzar los mejores resultados en mediciones estandarizadas, como si ello tuviese valor en sí mismo. Pero no. Por ahora, sigue siendo altamente tentador mostrarle al vecino que, este año, y en tal medición, le pusiste “la pata encima”. Y cómo no, si de este modo la autoridad te premia y reconoce entre los colegios de excelencia, y de paso te vuelves producto apetecible en la dura competencia por conquistar a los mejores alumnos.

Ni recetas, ni excusas

Ser oveja es siempre más fácil y productivo: al menos tienes lana, y el opio educativo te hace olvidar la esquila. A quienes esperan recetarios y fórmulas, les insisto que no hay. Y no hay porque las recetas son para las ovejas y los esquiladores. Ante una realidad tan compleja, como la que atraviesa la educación chilena, las fórmulas y recetarios terminan simplificando y falseando dicha realidad, por supuesto con efecto placebo. Lo que necesitamos es despertar del convencimiento en que están muchos profesores: “el modelo educativo es malo, pero nada podemos hacer”. Y una vez despiertos, atrevernos a marcar la diferencia entre educar y escolarizar. Las grandes revoluciones no comienzan por recetas, sino por la visión que establece la diferencia entre lo que queremos y lo que no queremos. Esa visión crece hasta convertirse en convicción, y de allí en acción.

La escolarización, con su exaltación de resultados, incentivos perversos y competencia encarnizada,  es el opio que hoy nos impide ver, discutir y denunciar las oscuras conveniencias del actual modelo educativo. La educación es, en cambio, mucho más desafiante, pues supone los resultados, pero en cuanto medios para fines mayores. Esos fines de humanidad, integración y equidad no son la resultante de recetas ni fórmulas, sino de profundas convicciones, y no se alcanzan si no es en el atrevimiento de poner la subjetividad de nuestros alumnos en el centro de la pedagogía, recordando que la condición docente tiene una única justificación: la necesidad de un sujeto que reclama aprender a crecer.  Y no hay excusa para no satisfacer dicha necesidad.



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